17/12/13
La concepción tradicional que
distinguía claramente entre mundo rural y mundo urbano está siendo revisada, a la luz de
un sistema regional, nacional e internacional interrelacionado económica,
social, cultural y ambientalmente.
Hasta hace poco, y todavía en bastante
medida, lo rural se consideraba como lo “no urbano” y se medía en relación con
la densidad de población, la especialización sectorial, determinadas pautas
culturales, modos de vida, tamaño poblacional o condiciones administrativas.
Estas definiciones son limitadas, y desconocen tanto la naturaleza del
territorio como la importancia de las interacciones rural-urbano. Además,
presuponen una homogeneidad de situaciones tanto entre las unidades
territoriales urbanas como entre las rurales que, en muchos casos, está muy
lejos de la realidad. Por otra parte, la revolución de los transportes y las
telecomunicaciones ha originado una nueva concepción del espacio y ha
venido a reinterpretar conceptos como límite y frontera, que pasan de ser considerados espacios de separación, a ser espacios de
unión de ambas realidades.
De un tiempo a esta parte, además, ha
emergido la noción de ventaja competitiva del territorio, entendida
como la necesidad de aprovechar las capacidades e identidad de un territorio
determinado, a la hora de mejorar su posicionamiento en el marco global. Es
otra razón añadida para defender un concepto de territorio que supere los
actuales límites geográficos y administrativos que lo han delimitado tradicionalmente, y
haga aflorar nuevas oportunidades.
La concepción tradicional de los flujos
entre el mundo rural y el urbano cataloga a la ciudad como una gran consumidora
de recursos en sentido amplio, (alimentos, energía, agua, espacio, materia
gris…) y una enorme generadora de residuos (residuos sólidos urbanos, residuos
industriales, aguas negras y grises, contaminación de diferentes tipos, demanda
de CO2…).
Evidentemente, esta concepción muestra
un notable desequilibrio entre ambos tipos de áreas que es importante cambiar
considerando la existencia de diferentes relaciones de interdependencia debidas
al intercambio de actividades económicas y a las conexiones entre zonas rurales
y urbanas. Es necesario promover las sinergias entre el desarrollo integrado de
ambos territorios, más que continuar considerándolos como sectores autónomos y
en desigualdad de condiciones. En otras palabras, es necesario fomentar la
capacidad de retención y atracción de recursos estratégicos como factor de
éxito en la construcción de ventajas competitivas para el mundo rural.
Se trataría de sustituir la separación
tradicional entre el campo y la ciudad por un escenario de profunda imbricación
territorial de ambos, que permitiera abordar el reto común de construir
territorios inteligentes e interrelacionados, donde la eficiencia, la competitividad y la equidad se aúnen con los
criterios de sostenibilidad.
Hoy hay una búsqueda de las
singularidades y especificidades que conforman los valores y la cultura
tradicionales del mundo rural y también del urbano. Muchos de los valores y
atributos del mundo rural son identificados dentro del imaginario colectivo
como auténticos. A ello se unen una serie de intangibles que se asocian idealmente a
las áreas rurales, como la mayor calidad de vida, la
tranquilidad, la menor contaminación, la amabilidad de sus gentes, las
tradiciones y simbolismos, el patrimonio construido, etnográfico o cultural
existente, la posibilidad de otros ritmos temporales, la dimensión de cercanía,
etc.
Desde hace un tiempo, se viene
produciendo un proceso de mercantilización (commoditization) de las áreas
rurales, que empiezan a ser demandadas como un elemento clave de consumo
social. Este cambio introduce importantes desafíos para las mismas, ya que las
obliga a una nueva organización del sistema productivo y social, y a pasar de
una economía basada en la producción material a una economía que incluya la
sostenibilidad; la gestión del conocimiento y los servicios; y la creatividad.
Sería oportuno, en ese sentido, desarrollar la ruralidad como un
escenario de servicios ambientales, sociales, culturales, institucionales y
económicos que conecta, de forma equilibrada y sostenible, a los actores sociales y
al territorio con los sistemas urbanos y con los naturales.
Por su parte, las ciudades se pueden
constituir en lugares de paso o en mercados finales para los productores de un
territorio rural. Asimismo pueden ofrecer bienes y servicios al mundo rural o
constituirse en un demandante de mano de obra proveniente del territorio. La
existencia de una ciudad en el territorio, confiere a éste una ventaja
comparativa respecto a otros territorios rurales que no cuentan con un núcleo
urbano: la presencia de ciudades intermedias en los territorios favorece los
vínculos con mercados dinámicos, el
crecimiento económico y la reducción de la pobreza, aunque con frecuencia a
costa de una mayor concentración del ingreso.
Cuanto más variadas sean estas
interrelaciones rural-urbano, mayores oportunidades existirán para plasmar
oportunidades de generación de ingresos para un mayor número de habitantes del
territorio.
No obstante, en la actualidad, el
balance actual neto medio urbano-medio rural está desequilibrado, por lo que es necesario
cambiar las prácticas de sustracción campo-ciudad por otras de
complementariedad y de búsqueda del equilibrio entre los flujos, reconociendo, valorando y cuantificando económica y socialmente la
relevancia de los intercambios.
Un modelo de territorio rural-urbano
integrado y sostenible se basa en la clara definición de la naturaleza y
funcionalidad de cada una de las unidades territoriales o teselas del mosaico territorial, así como de las interrelaciones
entre ellas. Para cada una de estas unidades se deben establecer
nítidamente su especialización, los usos permitidos y su capacidad sustentadora
en función de la matriz biofísica que la sustenta y de las actividades pasadas,
presentes y futuras.
El territorio resultante ha de ser
coherente, multifuncional, complejo y eco-socialmente cohesionado. Tendrá
carácter polinuclear con núcleos poblacionales de diferente tamaño, pero que
dan lugar a espacios integrados, articulados en redes de geometría variable que permiten la accesibilidad a distintos servicios y con espacios de
transición entre lo rural y lo urbano, entre el campo y la urbe, conocidos y
reconocidos, puestos en valor e insertados en la malla territorial. Al mismo
tiempo, garantizará la identidad de los territorios: ciudades compactas
respetando la esencia de un espacio agrario y natural extenso y productor de
bienes y servicios materiales y espirituales.
Es clara la necesidad de sistemas de
indicadores que dimensionen correctamente la ruralidad, ya que no están
adecuadamente consideradas dinámicas endógenas, de pequeña escala (familiar, pymes)
y con tinte territorial local (mercados locales y regionales) (Díaz Porras,
2013).
Un territorio es rural cuando su
especificidad es su dependencia de los recursos naturales y su base
económica se estructura alrededor de la oferta ambiental en que se sustenta.
Esta definición rompe con el dualismo urbano-rural propio de las definiciones
tradicionales y establece una nueva forma de relación de densidades, incluyendo
concentraciones poblacionales que forman parte de territorios rurales, de
centros urbanos con funciones rurales, al tiempo que incluye todos los sectores
económicos que tienen lugar en este tipo de territorios, más allá de las
actividades agrícolas o de sus encadenamientos directos”. (Echeverri, 2011).
Es razonable, en ese sentido, pensar en
el territorio como un mosaico en el que la coherencia y la fuerza de cada uno
de sus espacios, en un contexto sistémico, permitan alcanzar altas cotas de
eficiencia, sostenibilidad y gobernabilidad que los conviertan en
territorios “inteligentes”.
Para que este modelo sea una realidad
hay que avanzar, lógicamente y de manera complementari, en una serie de dinámicas de
cambio que implican la puesta en marcha de procesos de gobernanza multinivel,
planificación dinámica, aprendizaje social, educación en valores, evaluación de
resultados.
La complejidad de esos
cambios, junto con el hecho de que la realidad territorial actual ha sido fruto
de un proceso complejo y largo en el tiempo, hace que, en la mayoría de los
casos, se necesiten periodos de medio y largo plazo para nuevas configuraciones
territoriales.
Fuentes de referencia:
Dinámicas territoriales rurales,
mercados y estructuras productivas. Serie claves para el desarrollo
territorial.
Desarrollo territorial rural. Alexander
Schejtman y Julio A. Berdegué
Inmaculada Caravaca, Gema González*,
Rocío Silva*: “Innovación, redes, recursos patrimoniales y desarrollo
territorial”, Revista eure (Vol. XXXI, Nº 94), pp. 5-24, Santiago de Chile,
diciembre 2005
Hacia una nueva definición de “rural”
con fines estadísticos en América Latina. CEPAL.
http://www.iadb.org/intal/intalcdi/PE/2011/08534.pdf
Libro Verde de Sostenibilidad urbana y
local en la era de la información. Gobierno de España.