sábado, 26 de agosto de 2017

Mas allá de lo nombrado, imitación sin original...

Los cuerpos del sistema sexo/género. 
Aportes teóricos de Judith Butler
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Resumen 
En el presente artículo se presentan algunos lineamientos generales sobre la distinción sexo/género y su impacto en la delimitación de la categoría cuerpo en la teoría feminista. Luego se ofrecen argumentos que cuestionan el dimorfismo sexual en términos naturales, a partir de conceptualizaciones de Judith Butler, de la ambigüedad de cuerpos intersexuales y de ciertas prácticas corporales subversivas. En esta línea, se exponen aproximaciones esencialistas y constructivistas en relación con el cuerpo, ilustradas a partir de los planteos de Luce Irigaray y Judith Butler. Finalmente, se concluye la necesidad de someter a debate la categoría sexo como ocasión privilegiada para reformular las múltiples conceptualizaciones que involucran la dimensión del cuerpo. 
Palabras clave: sexo, género, cuerpo, Judith Butler.

En la actualidad, gran parte de intelectuales provenientes del psicoaná- lisis y de los estudios de Género han centrado sus producciones teóricas en torno a la categoría cuerpo, en gran medida a causa del giro intelectual que ha provocado el impacto de la teoría feminista en los últimos cuarenta años. Es así que el cuerpo, y su compleja relación entre sexo y género, comienza a recibir progresivamente especial atención en las ciencias sociales y humanas. Sin embargo, tal como señala Rosi Braidotti (2000), existen importantes divergencias en torno a dicha temática. En este contexto, en una primera instancia, se presentan algunos lineamientos generales sobre la distinción sexo/género y su impacto en la delimitación de la categoría cuerpo en la teoría feminista. Luego se ofrecen argumentos que cuestionan el dimorfismo sexual en términos naturales, a partir de conceptualizaciones de Judith Butler, de la ambigüedad de cuerpos intersexuales y de ciertas prácticas corporales subversivas. En esta línea, se exponen aproximaciones esencialistas y constructivistas en relación con el cuerpo, ilustradas a partir de los planteos de Luce Irigaray y Judith Butler. Finalmente, se concluye la necesidad de someter a debate la categoría sexo como ocasión privilegiada para reformular las múltiples conceptualizaciones que involucran la dimensión del cuerpo.

El tema es complejo y, por motivos de espacio, se han privilegiado algunos ejes en detrimento de otros. No se pretende abarcar de manera exhaustiva la temática planteada, más bien trazar líneas para una posible aproximación. 

Sexo/Género. Algunas delimitaciones conceptuales 

Tal como señalan especialistas en el tema, los movimientos de liberación de las mujeres surgidos en los años sesenta, anclados en El segundo sexo de Simone de Beauvoir, han desplegado una prolífera producción intelectual multidisciplinaria (Femenías, 2002; Dorlin, 2009) que rápidamente comenzó a configurar la denominada Teoría Feminista. Desde allí se dirigieron los intentos de visibilizar a las mujeres en la esfera de lo social, explicar su opresión y alcanzar el logro de relaciones más igualitarias entre varones y mujeres en todos los ámbitos. Aunque las formas de explicar la subordinación fueron diversas, todas tomaban como referencia la categoría mujer. Posteriormente, la introducción de la categoría género complejizó el debate, instalando un análisis relacional contextualizado que permitió reformular la noción de mujer a-histórica, esencial y universal (Cangiano y DuBois, 1993). Cómo categoría de análisis, el género ofreció herramientas útiles para la comprensión del carácter relacional y del largo proceso histórico de construcción social que sostiene la diferencia entre varones y mujeres. Al mismo tiempo, denunció la lógica binaria y excluyente que ordena la distribución del poder entre varones y mujeres de forma no equitativa (Burin & Meler, 1998, 2000). En suma, la introducción del género en el campo del feminismo produjo un gran avance en la comprensión de la diferencia entre varones y mujeres como producto de normas culturales, un avance teórico significativo ya que permitió comenzar a pensar la subordinación de las mujeres por fuera del campo de la naturaleza. En este contexto conceptual, el género se delimita por oposición al concepto de sexo –concebido como un hecho biológico–. El gé- nero es estrictamente identificado con el conjunto de significados que diferencian a varones de mujeres: activo/pasivo, proveedor/ama de casa, público/privado, cultura/naturaleza, razonable/emocional, competitivo/compasiva. En contraste con esto, el sexo refiere a los cuerpos de varones y mujeres, en tanto fijos, inmutables y naturales. Tal como señala Jason Glynos (2000), esta distinción se encuentra en la base del denominado fundacionalismo biológico. Dicho modelo teórico, a diferencia del determinismo biológico, incorpora explicaciones que dan cuenta cierta construcción social, aunque siempre bajo la forma de significados culturales que recubren al cuerpo como base natural y neutra. El fundacionalismo biológico se subscribe a la idea de que sexo y género existen como dominios relativamente autónomos, donde el primero funciona como un inhibidor de las posibilidades del segundo. En este sentido, la categoría sexo proporcionó un punto de referencia incuestionable, de modo que la posibilidad de deslindar una identidad específicamente femenina encontró su soporte en el incuestionable dimorfismo que el sexo impone al cuerpo. 

Gayle Rubin (1986), en su clásico artículo El tráfico de mujeres: notas sobre la “economía política del sexo”, utiliza la categoría Sistema de Sexo/Género para delimitar aquellos aspectos de la vida social que producen y sostienen la opresión de las mujeres y de las minorías sexuales. Rubin define al Sistema de Sexo/Género como “el conjunto de disposiciones por el que una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana, y en el cual se satisfacen esas necesidades humanas transformadas” (Rubin, 1986: 97). De este modo, Rubin vertebra su pensamiento sobre la consolidación del binomio sexo/género, que entreteje el fundacionalismo biológico como forma privilegiada para pensar la forma en que los cuerpos adquieren significados sociales. Desde este punto de mira, el cuerpo es entendido como una unidad orgánica autónomamente integrada. Aspectos como la raza, la sexualidad, el género constituyen atributos del cuerpo delimitado como una superficie pasiva y fija, como un real prediscursivo, determinado biológicamente (Fernández, 2003). Si bien la anatomía es uno de los criterios más importantes para la clasificación de los seres humanos, es evidente que la biología per se no garantiza las características que socialmente se le asignan a cada uno de los sexos. Es a partir de aquí que comienza a circunscribirse al género como la interpretación cultural del sexo. Entonces, el género es a la cultura, lo que el sexo es a la naturaleza. 

Actualmente, la proliferación de la teoría Queer y los estudios culturales ha desestabilizado la categoría sexo a partir de las fuertes críticas esgrimidas contra la noción de identidad y naturaleza (Butler, 1999; Nouzeilles, 2002). La tendencia actual de entender las identidades en términos fragmentarios arrastra hacia el debate la clásica distinción sexo/género. La diseminación de las ideas postestructuralistas a principios de los setenta (frecuentemente vinculada con Foucault y Derrida) instaló fuertes críticas a las oposiciones binarias. Por otra parte, la idea de naturaleza comienza a cuestionarse como un existente localizado por fuera de los discursos sociales. La idea de naturaleza se encontraría, entonces, configurada por interpretaciones de un momento histórico particular con fines legitimadores de un estado de cosas. En este sentido, lo natural debe entenderse como lo profundamente arraigado en convencionalismos sociales (Haraway, 1992). Desde este punto de vista teórico la noción de gé- nero se extiende hasta abarcar la oposición misma de sexo/género (o naturaleza/cultura), entendida como un efecto discursivo que ubica tal oposición por fuera de los límites del discurso, pues es el propio discurso el que genera la distinción discursivo/extra-discursivo. Por tanto, sexo y género no adquieren su valor oposicional por fuera de los significados culturales. 

La morfología corporal: el dimorfismo sexual… y más allá 

Como ya se ha señalado, el pensamiento feminista de la Segunda Ola se ha construido sobre la base de un concepción de cuerpo naturalmente y dimórficamente diferenciado. El cuerpo, en estos términos, constituye una superficie sobre la cual el género opera como un acto de inscripción cultural (Butler, 1999). Es a partir de la inmutabilidad del sexo que se discute la construcción social del género. A mediados de la década del ochenta, Judith Butler irrumpe en la escena académica del feminismo norteamericano. Los argumentos que la autora despliega allí imprimen un giro en la forma de pensar el sexo tal como era conceptualizado por las feministas que la precedieron. Los aportes de Butler sugieren que, contrariamente a lo que suele pensarse, el sexo no constituye la base sobre la cual el género se deposita a través de la socialización para recubrir armónicamente su superficie. Por el contrario, el género instituye la diferencia sexual anatómica como hecho natural. El discurso de la diferencia sexual, como hecho natural, apela a un aspecto particular de la biología: la reproducción sexual. Así, bajo el signo discursivo de la reproducción sexual, los cromosomas, las hormonas y los genitales, dimórficamente decodificados, se constituyen como el soporte sustancial de la esencia del sexo natural (Laqueur, 1994; Fausto-Sterling, 2004). 

Como ya se ha mencionado, la distinción sexo/género supone que siempre es posible diferenciar nítidamente entre lo biológico –sexo– y lo cultural –género–. Al mismo tiempo supone la maleabilidad del género frente al carácter permanente e inmutable del sexo. Finalmente, tal binarismo supone la idea de que en la dimensión biológica siempre es posible hallar la distinción entre mujeres y varones. 

Sin embargo, varias pensadoras han destacado que el abismo de la diferencia que la naturaleza parece determinar entre los cuerpos de ambos sexos ofrece matices. En este sentido, y en la misma línea que Butler, se trataría más bien de una ideología que impone el modelo de la diferencia sexual. Thomas Lacqueur (1994) ha señalado que en el siglo XVI los científicos consideran al cuerpo humano como básicamente uno: el cuerpo masculino y femenino no se consideraban fundamentalmente diferentes. Durante un largo período se puso el acento en las similitudes entre el cuerpo masculino y el cuerpo femenino. Este planteo de Lacqueur en relación con la existencia de un sexo único, que se mantuvo desde la Antigüedad Clásica hasta el Renacimiento, sugiere un modelo masculino –referido a los escritos e ilustraciones de Aristóteles y Galeno–. La vagina era considerada un pene invertido, mientras que el útero era visto como un escroto interno. Los órganos genitales del varón, plegados hacia dentro,  conformaban los órganos genitales de la mujer. Esta paridad topológica es la que permite hablar de un sexo único. Varones y mujeres se encuentran vinculados por una anatomía común. Esto permite ver la ruptura de la relación mimética entre sexo y género, pues vemos cómo el autor demuestra que dos géneros –sociales– coexistían de manera pacífica con un solo sexo. Solo hacia fines del siglo XVII comienzan a circular nuevos nombres y categorías que dejan atrás las representaciones de sexo único e instalan la diferencia de los sexos –por ejemplo el descubrimiento del clítoris–. Cada órgano recibe existencia e inteligibilidad en función de nuevas nomenclaturas. En el transcurso del siglo XVIII y a principios del siglo XIX, entonces, el cuerpo femenino era descrito de forma cada vez más diferenciada (Lacqueur, 1994). Con la aparición de la endocrinología a principios del siglo XX, la sexualización del cuerpo ya no estaba restringida a las estructuras morfológicas del cuerpo. Las pruebas del binario se buscaron, y se encontraron, en todas partes. 

Sin embargo, no faltan conocimientos que aportan pruebas y cuestionan la distinción de los cuerpos en dos sexos. Fausto-Sterling (2003), por ejemplo, ha señalado que la compleja organización del cuerpo humano no es compatible con la estricta división dualista entre los cuerpos masculino y femenino. Aun así, la autora sugiere que a pesar de los indicios que demuestran que el sexo ofrece una variedad de matices que deben ser analizados en detalle, la presunción del binario es lo suficientemente fuerte para contrarrestar la evidencia que cuestiona su organización dicotómica. El binario parece ser tan evidente per se que la distinción entre los sexos se proyecta en las funciones corporales. 

La intersexualidad y la transexualidad desafían fuertemente las concepciones de cuerpo que subyacen al binario sexo/género. Especialmente la intersexualidad cuestiona el modelo dimórfico de la diferencia sexual, sobre todo a partir de que las cirugías de reasignación de sexo constituyen un testimonio sobre el establecimiento de nuevos contornos a cuerpos con morfologías ambiguas. No se trataría más que de la reinscripción literal del sexo en cuerpos desobedientes (Fernández, 2004). El cuestionamiento de la reificación del binario sexo/género se encuentra contenido, al menos en parte, en la evidencia de que el sexo no ofrece una morfología binaria exhaustivamente clasificable (Kessler y McKenna, 2000). La Teoría Queer –inaugurada, entre otras autoras, por Judith Butler– supone transgredir los límites para desmantelar finalmente no solo las jerarquías basadas en el sexo y el género, sino las categorías mismas que circulan en el debate. Sin embargo, como señala Butler (1993), la subversión puede conducir a resultados inesperados que pueden no ser transgresores. A pesar de que en Gender Trouble Butler (1999) deja deslizar la posibilidad de que la proliferación de representaciones que parodien el género, como el travestismo, constituye un modo de subvertir las normas dominantes de género, posteriormente, en su ensayo Gender is burning (1993), la autora aumenta el espesor de la complejidad del tema, pues señala la posibilidad de que una aparente desnaturalización del género dé lugar a la reconsolidación de las normas hegemónicas de género. Evidentemente, Butler logra deslindar que el hecho de parodiar otro género –como en el caso del travestismo o las escenificaciones Drag Queen, entre otras– no alcanza para desplazarlas. El travestismo, entonces, es concebido como un lugar que reúne cierta ambivalencia. Butler no descarta la idea de que el travestismo guarda potencialidad subversiva, pues es indudable que señala el corazón mismo de la estructura imitativa del género hegemónico, al mismo tiempo que cuestiona la idea de naturalidad y originalidad de la heterosexualidad. Pero reflexionar sobre la heterosexualidad conduce a la autora a deslindar dos mecanismos, entre muchos otros, a través de los cuales opera, a saber: naturalizarse y afirmarse como el original y la norma. Sin embargo, todo parece indicar que su potencialidad normativa se filtra en sus propias fisuras para no resignar espacios de poder e impedir posibles trastocamientos, pues hay escenificaciones travestis que reidealizan las normas heterosexuales sin cuestionarlas, entonces se generan esferas en las que la heterosexualidad puede admitir su falta de originalidad y de naturalidad y aun así seguir ejerciendo su poder. En este sentido, en palabras de Butler, “there is no original or primary gender that drag imitates, but gender is a kind of imitation for which there is no original; in fact, it is a kind of imitation that produces the very notion of the original as an effect and consequence of the imitation itself”[no hay un género original o primario al que el travestismo imita, sino que el género es un tipo de imitación que no tiene original, que produce la noción de original como efecto y consecuencia de la imitación misma] (Butler, 1993a: 313 [Traducción de M. Serrichio], cursivas de la autora).Después de todo, la totalidad de las expresiones de la identidad sexual y de género dependen del sistema dicotómico de sexo/género para su expresión. Incluso la homosexualidad y la heterosexualidad son categorías cuya significación dependen de morfologías corporales dimórficamente diferenciadas (Butler, 1999, 1997). 

En esta línea, Judith Butler (1999) detecta el componente heterosexista que atraviesa el binomio masculino/femenino. A su criterio, es la categoría de diferencia sexual la que determina, en última instancia, los criterios de inteligibilidad dentro del campo social. En otros términos, se instituye una matriz desde la cual se organiza las identidades y se distribuyen los cuerpos, en donde se les otorga un significado específico. Los aportes de Butler permiten un primer movimiento hacia el desmontaje del sistema sexo/género. En esta línea, la matriz de inteligibilidad que Butler deslinda, claramente heterosexual, determina que un ser humano corresponde siempre a un género, y que dicha pertenencia acontece en virtud de su sexo. De este modo, se produce un encadenamiento que establece una continuidad coagulada entre sexo, género, deseo y práctica sexual, lo que otorga inteligibilidad a los cuerpos que guardan estabilidad, coherencia y unicidad en su identidad personal, incluso torna un imperativo la complementariedad entre sexos diferentes.

 Actualmente, quienes se localizan como transgenders se muestran fuertemente en contra de aquellos intersexuales y transexuales que intentan ingresar fluidamente a la norma de sexo/género. Esta tendencia de tornarse inteligible mediante intervenciones quirúrgicas y hormonales revela los mecanismos de regulación a través de los cuales se instala la diferencia sexual. En este sentido, la inestabilidad interna del sistema sexo/género se produce, especialmente a partir de que intersexuales y transexuales rechacen aquellas prácticas normalizadoras que imponen morfologías ideales (Turner, 1999). Esta perspectiva sugiere que la autodefinición mediante una identidad unívoca, no solo por parte de intersexuales y transexuales, nunca es exitosa en su posibilidad de captar una definición coherente, monolítica y unívoca de varón o mujer, así como tampoco de heterosexual u homosexual. 

Tal vez, las prácticas corporales de travestis y transexuales, así como el hecho de que un número significativo de personas nacen con genitales ambiguos puedan subvertir las certezas heterosexuales. Tal como señala Foucault (2008), las categorías sexuales han sido asignadas a partir del siglo XIX. Este proceso de clasificación se ha acelerado y ha proliferado una enorme variedad de las identidades sexuales que resultan paradójicas y ambiguas. Los sujetos que portan estas identidades no pueden ser claramente clasificados en la dicotomía varón/mujer, por lo que las categorías parecen agotarse en su potencialidad de otorgar sentidos. 

En esta línea, resulta de gran utilidad develar el modo en que funciona el recurso de apelar a la naturaleza con existencia extradiscursiva, como ya se ha referido, a partir de la cual se establece la construcción del sexo. El modo naturalizado en que entendemos los cuerpos requiere de la diferencia sexual. En principio, es una necesidad dedicar más espacio a las reflexiones teóricas que instalan el debate sobre el carácter artificial de la diferencia sexual. Es así que, a partir del impacto del pensamiento de Foucault, Butler sugiere que denunciar la dimensión contra natura de la naturaleza es el primer movimiento hacia la subversión de las normas de gé- nero que construyen el sexo como un sitio natural que organiza el campo de lo humano a partir de exclusiones que debieran a tornarse inaceptables. 

Sobre los límites del sexo: el cuerpo en Irigaray y en Butler 

Actualmente, la crítica que apunta a la noción morfológica de sexo ha erosionado la confianza en el binario sexo/género; incluso gran cantidad de intelectuales dirigen sus producciones teóricas hacia su desaparición. Esto ha traído múltiples problemas. Varias intelectuales provenientes del campo del feminismo no se muestran en conformidad con el alcance de las ideas construccionistas, ya que renunciar a una noción corporal de lo femenino implica quitar anclaje material al concepto central que da sustento a los reclamos políticos que le dieron origen. 

Por un lado, una solución posible pareciera ser definir a las mujeres como aquellas que portan un cuerpo femenino. Pero ¿cuál es el significado de estas anatomías? ¿Cuál es la conexión entre la anatomía femenina y el concepto de mujer? Y, si como se deriva del constructivismo, tal conexión no existe, ¿en nombre de quién efectuar reclamos como motor de la acción política? 

Frente al problema que entraña la categoría de sujeto para el feminismo existen diferentes proyectos. Mientras que Luce Irigaray (2007), por ejemplo, apoya la búsqueda y expresión de la sexualidad femenina, la que sistemáticamente es reprimida por el patriarcado, Butler (1999) apela a su transgresión, que se ocupa principalmente de las restricciones producidas por la heterosexualidad obligatoria (Rich, 1980). Por un lado es posible situar el anti-esencialismo, fundado en el construccionismo de tradición anglo-americana; en esta línea se inscribe Judith Butler, para quien el cuerpo constituye una construcción en la que intervienen prácticas sociales y culturales. Por otro lado, nos encontramos con un fuerte énfasis en las experiencias somáticas y en la necesidad de las revalorizaciones del cuerpo y de la feminidad directamente referenciadas en la materialidad sustancial del cuerpo; estos aportes responden a la tradición francesa, en la cual se inscribe Luce Irigaray. 

Sin embargo, tanto las producciones conceptuales de Irigaray como de Butler, aunque desde diferentes perspectivas, se ocupan de la interrelación entre lenguaje, sexo y cuerpo. Irigaray se interroga acerca de la posibilidad de significar la feminidad en el interior de la cultura falocéntrica. Butler se centra en los mecanismos culturales y psíquicos del poder que se disemina a partir de la norma heterosexual. Su interrogante más bien transcurre por los modos en que opera la ley simbólica junto a sus exigencias de que el sexo sea diádico y estable, sin descuidar lo que esta ley excluye como necesidad lógica de su propio funcionamiento. Para Irigaray, los sexos son ajenos el uno al otro. Butler, en cambio, no quiere ver la dualidad varón/mujer en términos absolutos, considera la diferencia sexual como una de las tantas ficciones con la que nos puebla el lenguaje. Ambas han sido muy criticadas, a la tendencia hiperconstructivista (Femenías, 2003) de Butler –al menos en Gender Trouble– la han ligado al nihilismo. Por su parte, el énfasis que Irigaray pone en lo específicamente femenino la ha conducido hacia las críticas propias del esencialismo. 

Luce Irigaray (2007) considera que la diferenciación sexual es universal, lo impregna todo. Para ella, el binario varón/mujer es una bipartición ubicada en los fundamentos de lo humano. La diferenciación sexual se basa tanto en la diferencia de sexo anatómico así como en el lenguaje, mutuamente influenciados. Para las mujeres resulta imposible hablar desde su feminidad, en sus propios términos. En palabras de Irigaray: 

Si continuamos hablando lo mismo, si nos hablamos 
como se hablan los hombres desde hace siglos, como 
nos han enseñado a hablar, nos echaremos de menos. 
Otra vez… las palabras pasarán a través de nuestros 
cuerpos, por encima de nuestras cabezas, para perderse, 
perdernos. Lejos. Alto. Ausente de nosotras; maquinadas 
habladas, maquinadas hablantes […] ¿Cómo tocarte 
si no estás ahí? Tu sangre convertida en su sentido. 
Ellos pueden hablarse, y de nosotras. ¿Pero nosotras? Sal de 
su lenguaje. Intenta atravesar de nuevo los nombres que 
te han dado. (Irigaray, 2009: 155) 

Debido a que, desde su punto de vista, el lenguaje disponible no es neutral, sino falocéntrico, es que sus esfuerzos tienden a pensar la forma de delimitar un espacio para la emergencia de lo específicamente femenino. Para la autora el concepto de mujer se encuentra entramado por determinaciones derivadas de la supremacía masculina. Como consecuencia, solo el sujeto –masculino por definición– puede expresarse en la cultura occidental. La masculinidad es parte de una cadena asociativa de la razón, la mente, la cultura y la actividad. La feminidad, en el pensamiento dualista, ha sido clasificada como la sombra, lo otro, de la masculinidad: la emoción, la naturaleza, y la pasividad. Este segundo polo constituye una amenaza para el primero y debe ser dominado. En este contexto, el cuerpo de la mujer ha llegado a simbolizar la sexualidad y la diferencia sexual. 

Por otra parte, en Gender Trouble, Butler (1999) desmantela la división radical entre sexo y género utilizada por gran número de feministas como un argumento –con alta potencialidad deconstructiva– contra la idea de que la biología es el destino. ¿Qué puede tener de natural el sexo cuando en su definición misma han operado diferentes discursos para producirlo como tal? Como ya se ha señalado, Butler sostiene que el sexo es también una construcción social, en ese sentido la distinción sexo/género es, por tanto, absurda, pues el género no opera como una inscripción cultural sobre un sexo prediscursivo. El sexo, más bien, es en sí mismo una construcción, instaurado a través de normas de género que ya están en su lugar. Butler afirma, 

one way the internal stability and binary frame for sex is effectively secured is by casting the duality of sex in a prediscursive domain. This production of sex as the prediscursive ought to be understood as the effect of the apparatus of cultural construction designated by gender. 
[una de las formas de asegurar de manera efectiva la estabilidad interna y el marco binario del sexo es situar la dualidad del sexo en un campo prediscursivo. Esta producción del sexo como lo prediscursivo debe entenderse como el resultado del aparato de construcción cultural nombrado por el género]. (Butler, 1999: 11 [Traducción de María Antonia Muñoz], cursiva de la autora)

La crítica de Butler que apunta a trastocar la captura del sexo bajo los aspectos fácticos del cuerpo, culminan por anular, entonces, la distinción entre sexo y género. El objetivo consiste en deshacer el sexo para instalar la proliferación de nuevas formas posibles, incluso morfologías corporales que escapen a las restricciones del binario. Antes que Butler, Monique Wittig (2005) sostuvo que la categoría sexo no tiene existencia a priori, por fuera de lo social. Para esta autora, la categoría sexo es política y funda la sociedad en tanto heterosexual. El sexo se establece como para encubrir que en realidad constituye un producto de la sociedad heterosexual. La natural economía heterosexual, en esta línea, alimenta tal categoría. Wittig menciona que la oposición entre varones y mujeres responde a una ideología de la diferencia sexual, la que coloca reiteradamente a la naturaleza en lugar de agente causal para encubrir su carácter político. Se instala de manera contundente un “ya ahí” de los sexos, a modo de una ontología pre-discursiva. De este modo la ideología de la diferencia sexual opera como una red que lo cubre todo. 

En contraposición a Irigaray, quien concibe al sexo como un dualismo ontológico insuperable, Butler propone categorías adicionales, como el origen étnico, clase y deseo sexual, como estrategia para derribar el carácter monolítico de las identidades. Por otra parte, a partir de Foucault, Butler sostiene que el sexo se produce a través de un proceso de materialización (Butler, 1993). El enfoque foucaultiano sobre la materialidad sostiene que los discursos no solo describen el cuerpo sino que también formulan y constituyen sus realidades materiales (Foucault, 2008). Estos significados no son originales y no se encuentran localizados o anclados en el interior de los organismos individuales, sino que circulan en los discursos y prácticas culturales y sociopolíticas significativas e históricamente mutables que describen e inscriben el cuerpo y la identidad. Los enfoques post-estructuralistas entienden el discurso como constitutivo de regímenes de verdad sobre el cuerpo, como prácticas que forman el cuerpo al tiempo que regulan la subjetividad corporizada mediante la identidad de género, entendida como agencia de control subjetiva (Burns, 2003). En esta línea, Judith Butler, junto a otras teóricas feministas revisionistas (Haraway, 1995, entre otras), han impuesto un giro a los debates acerca de la corporalidad y el desarrollo psicológico (Matisons, 1998; Chambers, 2007), incluso ha introducido producciones de gran influencia en lo que respecta a identidad de género y su impacto en la construcción de la morfología corporal (McNay, 1999). 

Cada declaración sobre el cuerpo, aunque sea descriptiva, muestra el cuerpo de una manera específica. Cada forma de ver o experimentar el cuerpo se encuentra necesariamente mediada por el lenguaje. Con nuestra entrada en el lenguaje nos vemos obligados a citar las normas existentes, de acuerdo con los códigos vigentes. Butler, sin embargo, encuentra nuevas perspectivas en la cita creativa. Al igual que Irigaray, por lo tanto, ella está en la búsqueda de la innovación. A pesar de que Butler no sostiene una teoría voluntarista del género, tal como se la acusa, ella sostiene que existe la posibilidad de burlar la norma a través de citaciones subversivas. Esta postura teórica es la que sostiene las expectativas actuales de hallar oportunidades para subvertir la dualidad varón/mujer mediante la parodia de género. 

Conclusiones 

Butler pone sus esperanzas en los efectos subversivos de las nuevas prácticas sexuales o identidades sexuales que pueden originar puntos de fuga en la diferencia sexual. Es aquí donde el cuerpo juega un papel fundamental como escenario de los efectos de naturalización, ya que configura el soporte materializado de los arreglos de poder que entretejen las normas de género. Invocando el binario sexo/género se delimitan, de manera explícita o subyacente, lugares invivibles e inhabitables (Butler, 1993) que escapan a los principios de inteligibilidad que imprime tal matriz. Las discusiones que giran en torno al género siempre implican la dimensión del sexo. En este sentido, teorizar la intersexualidad y transexualidad supone un desafío fundamental, no solo para la comprensión del género, sino para cuestionar, de modo más radical, el sexo. Aunque limitada por las categorías actualmente disponibles, la teoría Queer ha demostrado potencialidad para cuestionar los supuestos ontológicos que operan en torno al sexo. Esta postura torna posible producir interrogantes que nos conduzcan hacia nuevos supuestos acerca de la materialidad de los cuerpos, más allá de las marcas binarias del sistema sexo/género. De todas formas, incluso si fuéramos capaces de abandonar los esquemas del cuerpo dimórficamente sexuado, nada nos asegura a priori el abandono del binarismo como marco central de referencia. Sea como fuere, el intento de ir más allá de las restricciones que imponen los significados de la masculinidad y la feminidad es un desafío al que varios intelectuales no están dispuestos a renunciar. Tal como sostiene Guacira Lopez-Louro (2008) lo Queer adviene como una invitación a cuestionar y romper los límites de lo pensable en muchos espacios, en múltiples dominios. Tal vez sea productivo desconfiar de lo establecido. Tal vez debamos sospechar y extrañarnos, siempre.


 Referencias bibliográficas
 Braidotti, R. ([1994] 2000). Sujetos nómades. Buenos Aires: Paidós. Traducción de A. Bixio. 
 Burin, M. y Meler, I. (1998). Género y familia. Poder, amor y sexualidad en la construcción de la subjetividad. Buenos Aires: Paidós. 
Burin, M. y Meler, I. (2000). Varones. Género y subjetividad masculina. Buenos Aires: Paidós. Burns, M. (2003). “Interviewing: embodied communication”. En Feminism & Psychology, 13(2), (229-236). London, Thousand Oaks & New Delhi: Sage Publications. 
Butler J. ([1990] 1999). Gender trouble. Feminism and the subversion of identity. New York & London: Routledge. 
Butler, J. (1993). Bodies that matter. On the discursive limits of ‘sex’. New York: Routledge. 
Butler, J. (1993a). Imitation and gender insubordination. En Abelove, H. (ed.), The Gay and Lesbian Studies Reader, (pp. 307-320). London: Routledge. 
Butler, J. (1997). The psychic life of power. Theories in subjection. California: Standford University Press. 
Butler, J. (2000). “Imitación e insubordinación de género”. En Grafías de eros. Historia, género e identidades sexuales, (pp. 87-113). Buenos Aires: Edelp. Traducción de M. Serrichio.

fuente: http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/art_revistas

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