viernes, 1 de septiembre de 2017

Eramos tan hipernormales...

HIPERNORMALIZACIÓN, GEOPOLÍTICA, TRUMP Y PUTIN

¿Qué tienen en común Donald Trump, Patti Smith, Muammar Gaddafi, Ronald Reagan, William Gibson, Háfez al-Ásad, Andréi Tarkovski, Jomeini, Henry Kissinger y Vladimir Putin? Todos ellos han participado, de una manera u otra, en los sucesos que han regido el mundo durante las últimas cuatro décadas. Y todos aparecen en HyperNormalisation, el nuevo documental de Adam Curtis para la BBC, donde repasa cuarenta años de historia geopolítica que nos han llevado al convulso mundo actual, intentando recuperarse de la recesión económica mientras ocurren otros hechos igualmente graves como el Brexit, la crisis de los refugiados, el terrorismo islamista y un candidato a presidente de Estados Unidos que cuestiona abiertamente el sistema democrático.
El título alude a la “hipernormalización”, un término acuñado por un escritor ruso durante la decadencia de la Unión Soviética. Con una economía colapsada, un sistema político corrupto y unos ideales comunistas en entredicho, los líderes del país fingían que todo iba bien y trasladaban a sus habitantes una falsa idea de prosperidad que no les quedaba más remedio que creer a pies juntillas. Eran tan parte del sistema que les resultaba imposible de ver más allá de él, porque la falsedad era “hipernormal”. Los hermanos Strugatsky escribieron entonces, en 1971, espoleados por esa teoría y la triste realidad que estaban sufriendo en su país, su novela más famosa, Picnic Extraterrestre. Ambientada en un mundo similar al nuestro, pero con ciertas zonas creadas por unos extraterrestres que visitaron la Tierra. Algunas personas, stalkers, acceden a una de estas zonas y descubren que nada es lo que parece, pues ocurren extraños sucesos y la realidad cambia constantemente, y eso les hace pensar y sentir de manera diferente a como lo hacían antes. Se trata, pues, de una realidad mutante e inestable, en constante evolución, justo como ocurría en Rusia en esa época. Ocho años después, Andréi Tarkovski convirtió esa historia en película, Stalker, con guión de los propios autores, donde ahondaban en los mismos asuntos que tanto les preocupaban, pero que pasaban inadvertidos para la mayoría de la sociedad soviética.
Eso enlaza con un concepto que se manejaba por aquel entonces en las altas esferas de Estados Unidos: Perception management, que podríamos traducir como “gestión de la percepción”. Durante la administración Reagan emplearon esta técnica para favorecer los intereses políticos y económicos de su país. De esta forma, podían controlar fácilmente la opinión pública hasta el punto de cambiar de enemigos según les conviniera. Fue así como convirtieron en el supervillano que todos creíamos al coronel Gaddafi, un don nadie casi sin aliados en Oriente, en vez de centrarse en Háfez al-Ásad, el padre del actual presidente de Siria. Al-Ásad se sentía traicionado por Henry Kissinger, el anterior secretario de estado, por haber incumplido su promesa de devolver a los exiliados palestinos de Siria a Israel. Kissinger temía que eso desnivelara su equilibrio de poder, al hacer que Oriente Medio fuera más fuerte. Claro que los judíos tampoco estarían por la labor. El diplomático engañó al presidente sirio y a los palestinos para que Estados Unidos mantuviera su posición dominante, lo cual irritó profundamente a al-Ásad. El gobernante clamó que esta afrenta liberaría demonios enterrados en el mundo Árabe. Y no era un farol: en 1981 se alió con el ayatolá Jomeini, que llevaba dos años en el poder de Irán. El gobierno revolucionario de Jomeini era débil, así que para reforzarlo llegó a contradecir el Corán, que prohibía expresamente el suicidio. El líder les dijo que si se mataban llevándose por delante a muchos enemigos de la revolución, se convertirían en mártires. Y 35 años después, todo el mundo está sufriendo esas consecuencias.
El documental durante sus casi tres horas habla de muchas otras cosas, algunas que no nos resultan tan lejanas. En 1975, la ciudad de Nueva York estaba al borde del colapso económico y con una deuda alarmante por culpa de la mala gestión de sus dirigentes durante treinta años. El sueño hippy se había desvanecido totalmente y la clase media huía de allí, con el consiguiente ingreso por sus impuestos. Así que Nueva York siguió acumulando deuda y pidiendo dinero a los bancos para mantener sus servicios. Tras varias discusiones, a la ciudad no le quedó más remedio que claudicar y pactar con los bancos para salvarse. Ese fue el punto de inflexión que marcaría todo lo que vino después y cuyas terribles consecuencias aún estamos viviendo: las instituciones financieras tomaron el control de la ciudad, prescindiendo de los políticos. Los nuevos gobernantes instauraron en la ciudad algo que quizá os suene: la austeridad. Multitud de profesores y policías fueron despedidos porque, ya sabes, el mercado lo requiere. Curiosamente, aquellos hippies que intentaron cambiar el mundo en la década anterior ya se habían dado por vencidos y ni siquiera se opusieron al sistema esta vez, como reconocería Patti Smith, harta de luchar contra la burocracia. Esto alejó las protestas de las calles y dio lugar a una nueva era del individualismo; justo lo que el sistema quería. En esta situación, emerge la figura de un joven constructor llamado Donald Trump, que en 1979 compra a buen precio un terreno con la intención de construir unas viviendas de lujo, su famosa Trump Tower. El resto ya lo sabemos.
HyperNormalisation es todo eso y mucho más. Es un ejercicio fascinante de hilar temas aparentemente diferentes, pero conectados mediante vasos comunicantes en esta modernidad líquida que vivimos. Resulta interesante ver cómo William Gibson planteó, a través de sus novelas ciberpunk, el concepto de mundo virtual que inicialmente se nos vendió como algo oscuro, turbio y peligroso, pero que al mismo tiempo nos concedería plena libertad. Ahora, en cambio, con los algoritmos de Google, Facebook y Amazon controlando todo lo que vemos y decimos, no tenemos problema en utilizar sus plataformas de diseño atractivo e intuitivo. Fueron precisamente esos hippies descreídos quienes empezaron a refugiarse en la nueva tecnología para llevar a cabo sus sueños, pese a que con el paso del tiempo acabaron convirtiéndose en lo mismo contra lo que pretendían luchar, esa sociedad de megacorporaciones sobre la que nos advertía Gibson en obras como Neuromante. El sistema supo ver el gran potencial de esta tecnología para llevar a cabo el sueño de Kissinger: un mundo globalizado e interconectado, mucho más fácil de controlar, especialmente para los bancos que son ahora los líderes supremos.
Y así seguimos, tragándonos las mentiras de los políticos, a sabiendas de que nos están mintiendo a la cara. Es ideal confundir a la población para obtener réditos. Por eso Trump no tiene problema algún en mentir constantemente y le da exactamente igual que la prensa demuestre que no está diciendo la verdad. “Mi visión de Trump es que se trata de una creación inevitable de este irreal mundo normal. Los políticos se han convertido en una pantomima o vodevil donde crean olas de rabia en vez de argumentos. Quizá gente como Trump tienen éxito simplemente porque alimentan esa rabia, en esa caja de resonancia que es internet”, afirma el autor del documental. Así le fue a Italia, con ese proto-Trump llamado Berlusconi y así nos va en España, con un 90% de la prensa controlada por la derecha, por mucho que luego nos sorprenda que vuelvan a ganar los malos. Y así le sigue yendo a Rusia tras el hundimiento de la Unión Soviética, aún atrapada en esa irrealidad hipernormalizada con un exagente de la KGB como presidente, que lo mismo pelea contra un oso que monta a caballo a pecho descubierto mientras encarcela a un grupo punk.
Una difusa figura que ha ayudado al mandatario ruso a mantenerse en el poder durante quince años es Vladislav Surkov, un gran desconocido para Occidente, al que algunos catalogan como el autor oculto del Putinismo. Él mismo se reconoce como “el autor, o uno de los autores, del nuevo sistema ruso”. El asesor ha importado vanguardistas ideas del mundo del arte para aplicarlas a la política rusa, manipulando la realidad para confundir a sus adversarios, disminuir el poder occidental y convertir en cierta manera la política en una obra de teatro. Con el permiso del Kremlin, financió a todo tipo de grupos políticos opuestos a Putin: desde juventudes antifascistas hasta neonazis pasando por otros a favor de los derechos humanos. Esas acciones las hacía abiertamente, a la vista de la opinión pública, para que no entendieran qué estaba ocurriendo realmente ni supieran cómo reaccionar.
Pero no sólo los rusos; toda la sociedad somos stalkers que vivimos en esa neblinosa (i)realidad, en constante estado de alerta, desconocedores de si habitamos el mundo real o una proyección fantasmal de él, como un mago de Oz que mantiene la ilusión hasta que alguien pilla el truco. Pero nosotros vamos a necesitar algo más que un golpe de suerte para descubrirlo.

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