martes, 12 de marzo de 2013

Relación alma y cuerpo a través del tiempo I

Relación alma y cuerpo a través del tiempo

I. Planteamiento antiguo: alma y cuerpo

 La noción de alma aparece en estadios muy antiguos del pensamiento humano y puede encontrarse de un modo u otro en todas las culturas. El enterramiento del cadáver acompañado de alguno de sus objetos y los ritos funerarios, que aparece ya en el Hombre de Neanderthals, muestran los primeros signos de algún tipo de creencias relacionadas con la muerte y la inmortalidad.
En términos muy generales el alma o espíritu es considerada como un principio de vida interno que reside en todos los organismos vivos y que posibilita y regula tanto sus funciones fisiológicas como mentales.

1. Pueblos primitivos
La concepción que tienen del alma los pueblos primitivos, y que aun puede encontrarse en algunas sociedades primitivas contemporáneas, forma parte de su noción pre-científica del universo, según la cual todos los fenómenos naturales están producidos también por la acción de espíritus. Aquellas creencias religiosas que consideran a todos los fenómenos de la naturaleza como dotados de un alma y, por tanto, con un comportamiento semejante al humano, es decir, dotados de vida, sentimiento y voluntad propios, se conocen con el nombre de animismo.
 Las almas actúan sobre los cuerpos y existen independientemente por lo que pueden separarse de ellos. Esta separación puede ser temporal, como ocurriría en los sueños, la enfermedad o en los estados de trance ritual y posesión, o ser definitiva, produciendo la muerte. El alma es concebida en la mayoría de los casos como el soplo o aliento que posibilita la respiración y también como una especie de fuego o calor vital que se extingue en el momento de la muerte. En otras culturas el alma es considerada como la sombra o doble del cuerpo.
Según las distintas culturas y religiones, el alma separada puede trasladarse a otro mundo, encarnarse en otro cuerpo, fundirse en el seno de un Alma cósmica superior e incluso extinguirse y desaparecer. También se suele considerar una pluralidad de almas con distintas funciones (conocimiento, emociones, etc.) coexistiendo en el mismo cuerpo.

2. Religiones orientales

La idea de alma ocupa un lugar central en las religiones orientales. El hinduismo consideraba el alma individual (atmán) como el principio que controla todas las actividades y que forma parte de un alma universal (Brahma) a la que aspira volver a integrarse al cabo de un ciclo de reencarnaciones en distintos seres, tratando de alcanzar la purificación y el conocimiento necesarios para ello.
El budismo, en cambio, niega la existencia de un alma individual permanente o atmán. La persona no es sino la combinación temporal de cinco realidades distintas que están en cambio permanente: el cuerpo, los sentimientos, las percepciones, la predisposición ante las cosas y la conciencia. No puede hablarse de la persona como de una unidad permanente ya que sus elementos constitutivos están en continuo cambio; tampoco hay ningún alma personal que sobreviva a la muerte aunque el modo de vida y el conocimiento alcanzado durante una encarnación determina el carácter de la reencarnación siguiente en una nueva vida. El deseo de placer, poder y riquezas, de bienes individuales, en suma, genera una energía o karma que mantiene al individuo atada a la Rueda de la Vida (ciclo de reencarnaciones), pues se ve contaminado por toda clase de impurezas (la codicia, el odio, la ignorancia) que son el origen de su infelicidad. El budista aspira alcanzar, mediante la supresión del deseo, un estado de conciencia o iluminación (nirvana), que le libere de todas las impurezas que conlleva la existencia, para poder salir de la Rueda de la Vida, anonadándose en el Todo.
De este modo, las dos filosofías orientales más importantes defienden concepciones contrapuestas acerca del alma. Mientras el hinduismo afirma la existencia de un alma sustancial (atmán), para el budismo no hay ningún alma sustancial permanente sino un flujo continuo de estados de conciencia.

3. Pensamiento griego

Podemos encontrar en las obras de Homero y Hesíodo las más antiguas creencias de los griegos sobre el alma humana. El alma (psique) aparece como un aliento que mantiene la vida del cuerpo inanimado (soma) y que le abandona cuando el ser humano muere o está moribundo o desmayado. Pero aparte de esta función puramente vital no parece tener ninguna otra. También en los sueños se desprende temporalmente del cuerpo y realiza efectivamente las acciones que en él aparecen, puesto que para los griegos el contenido de los sueños se corresponde a algo real y no imaginario.
Cuando sucede la muerte del ser humano, el alma escapa por la boca o las heridas y va al Hades como una sombra o imagen reconocible, ya que mantiene las características físicas y morales que se construyen durante la vida. Sin embargo no alcanza propiamente una vida inmortal porque separada del cuerpo carece del vigor necesario y lleva una existencia lánguida y tenue. Por su falta de corporeidad tampoco puede actuar sobre el mundo físico. La verdadera vida solo es posible cuando el alma y cuerpo están unidos y el alma en el Hades es algo así como el recuerdo inmaterial del individuo que existió.
 En el siglo VI a. C. aparecen los primeros planteamientos filosóficos sobre el alma, que son más bien una racionalización de las ideas religiosas y mitológicas que hemos descrito. Los primeros filósofos griegos concebían que todo aquello que está dotado de vida, está regido por un alma en la que reside el principio que las lleva a nacer, desarrollarse y morir. Este alma es concebida como de naturaleza material, si bien de una materia distinta y más sutil que la que constituye los cuerpos. El planteamiento de estos primeros filósofos es monista: alma y cuerpo no son de naturaleza radicalmente diferente sino manifestaciones distintas de la sustancia única que constituye la totalidad de las cosas (arqué). El alma sigue siendo principio vital pero también la causa de todos los movimientos y cambios que se producen en el ser vivo (nacimiento, crecimiento, etc.).
 Al mismo tiempo se introducen en Grecia las ideas religiosas del orfismo, que plantean una concepción dualista del ser humano: el alma que anima el cuerpo es de origen divino y eterna: preexiste al cuerpo, entra dentro de él y lo vivifica y sigue existiendo después de la muerte y la corrupción del cuerpo. El cuerpo es concebido, así, como una suerte de cárcel del alma, y es tarea del ser humano liberar su alma por medio de ritos de purificación. Mientras no alcanza esta purificación, el alma se ve obligada a transmigrar de unos cuerpos a otros.
Estas ideas fueron acogidas por los filósofos pitagóricos, quienes vieron en el alma la causa de la armonía de los constitutivos materiales de las cosas. Si el Cosmos está ordenado es en virtud de un Alma del Mundo que produce la estructura y la proporción entre sus partes. También en el ser humano el alma es lo que produce la armonía del cuerpo (salud, vigor, etc.). Consideraron que toda armonía es de naturaleza matemática ya que pueden expresarse por medio de relaciones numéricas cualquier tipo de realidad como el movimiento de los planetas, las figuras geométricas, las melodías musicales, etc.
Los pitagóricos a su vez, ejercieron una importante influencia sobre la concepción filosófica del alma de Platón, para quien alma y cuerpo son de naturaleza totalmente distinta. De hecho, pertenecen a dos mundos distintos y separados: el cuerpo pertenece al Mundo sensible sujeto a cambio y corrupción, mientras el alma pertenece al Mundo divino de las ideas que no cambia. También Platón considera al alma como de naturaleza material, si bien de una materia distinta y más pura que la que constituye los cuerpos del mundo sensible: su materia es la misma que la de las ideas. Los griegos no podían considerar algo como realmente existente si no está compuesto de algún tipo de materia.
El alma es principio de vida y movimiento del cuerpo, pero totalmente independiente de él; aspira a liberarse del cuerpo para regresar a su origen divino, para lo cual debe purificarse de su contacto con el Mundo sensible. Esta liberación no se realiza mediante ritos de purificación como en el orfismo y el pitagorismo, sino alcanzando la sabiduría. Aparece así una nueva dimensión del alma como principio de conocimiento.
 En el mundo de las ideas, de donde el alma proviene, se contienen los objetos propios del conocimiento racional (ideas) de los que las cosas del Mundo sensible no son sino sombras, reflejos o imágenes. A través del cuerpo el ser humano conoce la multiplicidad cambiante de las cosas particulares por lo que el conocimiento sensible es siempre un conocimiento de rango inferior (opinión). El verdadero conocimiento (ciencia) consiste en la contemplación de las ideas; esto es, los modelos a partir de los cuales han surgido todas las cosas del mundo sensible. Pero este conocimiento no se efectúa con los ojos del cuerpo sino con los ojos del alma. El alma conoció estos modelos ideales cuando estaba separada y contiene dentro de sí este conocimiento, pero al unirse al cuerpo se produce el olvido y es necesaria la aparición sensible de las cosas para que el alma recuerde las ideas.
 Platón distingue tres partes del alma con funciones distintas: la parte concupiscible es la sede de los apetitos y deseos, la parte irascible es la sede de las pasiones nobles como el valor y la parte inteligible es la sede de la razón. Las dos primeras partes están ligadas al cuerpo, rigen sus funciones y perecen con él, siendo la parte inteligible la única separable del cuerpo y la que debe guiar y dominar sobre las otras dos, evitando sus excesos, y la que conduce al hombre a alcanzar la sabiduría, en la que radica la verdadera felicidad. Aristóteles, discípulo de Platón, enmarca el estudio del alma dentro del estudio general de los seres vivos. Por primera vez, la psicología aparece como parte de la fisiología (parte de la biología que estudia los procesos físico-químicos que se desarrollan en los seres vivos). Todos los seres vivos tienen en sí un principio vital o alma que regula todas sus funciones vitales. Aristóteles elimina el dualismo entre Mundo sensible y Mundo de las ideas de Platón, sustituyéndolo por un dualismo entre materia y forma.
La materia es pura indeterminación (potencia: puede ser esto o aquello) que necesita ser determinada por una forma (acto: determina que algo sea lo que es). Todo lo que existe está compuesto necesariamente de una materia que adopta una determinada forma. En los seres vivos el cuerpo es materia y el alma es la forma del cuerpo. No pueden darse el uno sin la otra, pero es en el alma donde residen las funciones vitales y es la causa y el principio de las actividades del cuerpo. El alma no es eterna ya que, estando ligada necesariamente al cuerpo, perece con él.
 Aristóteles considera que hay tres tipos distintos de alma, cada uno de los cuales corresponde a una clase de seres vivos: así, las plantas tienen un alma vegetativa, que rige la nutrición, la generación y el crecimiento; los animales tienen un alma sensitiva, que añade a las funciones del alma vegetativa la sensibilidad y el movimiento; por último, el ser humano dispone de alma racional que añade a las anteriores el pensamiento y el razonamiento. Como Platón, el alma es principio de vida y movimiento y principio de conocimiento.
 La noción griega del alma está relacionada con su concepción teleológica del Cosmos, según la cual la materia es eterna e indestructible y todos los cambios que se producen están regidos por una fuerza interior (physis) que hace surgir las cosas, crecer, desarrollarse y reproducirse hacia un fin determinado que es, a su vez, el origen de todas las cosas y de todo movimiento. En Platón este fin último es la Idea de Bien, de la cual han surgido el resto de las ideas, del que las cosas no son sino copias o imágenes y que es la fuente de la que procede la armonía del cosmos. En Aristóteles, el fin último es el Primer Motor, origen de todo movimiento, incluido el que produce la mezcla de elementos (tierra, aire, agua y fuego) que forman todas las cosas; este Primer Motor es inmóvil y mueve todo lo demás hacia sí mismo.
Mientras en Platón es afirmada expresamente la inmortalidad del alma, en Aristóteles hay solo una oscura mención a la posible eternidad de una Inteligencia Cósmica, que sería única para todos los seres humanos. Pero no encontramos ni siquiera en Platón la idea de inmortalidad personal. El alma se individualiza al encarnarse en un cuerpo pero no tiene carácter personal. Separadas de los cuerpos todas las almas son iguales. Al encarnarse en un nuevo cuerpo adquieren una nueva individualidad. Aunque el alma sea inmortal el individuo no lo es, porque el alma está en el individuo pero no le pertenece sino que es algo ajeno.

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