lunes, 29 de julio de 2013

Jean Piaget



IV. LA ADOLESCENCIA

Las reflexiones precedentes podrían hacer creer que  el desarrollo mental finaliza a los once o doce años y  que la adolescencia es, simplemente, una crisis pasajera  que separa la infancia de la edad adulta, y que se debe  a la pubertad. Evidentemente, la maduración del instinto sexual es indicada por desequilibrios momentáneos, que dan una coloración afectiva muy característica a todo este último período de la evolución psíquica. Pero estos hechos perfectamente conocidos, a los que ha convertido  en banales una cierta literatura psicológica, están lejos  de agotar el análisis de la adolescencia y, primordialmente, no representarían más que un papel totalmente secundario si el ¡pensamiento y la afectividad características de los adolescentes no les permitieran, precisamente, exagerar su importancia. Así pues lo que debemos describir aquí son las estructuras generales de estas formas finales de pensamiento y vida afectiva y no ciertas  perturbaciones características. Por otra parte, si bien  existe un desequilibrio provisional, no debe olvidarse  que todos los pasos de una fase a otra son susceptibles de provocar tales oscilaciones temporales: en realidad, a pesar de las apariencias, las conquistas características  de la adolescencia aseguran al pensamiento y a la afectividad un equilibrio superior al que existía durante la segunda infancia. En efecto, estas conquistas duplican sus poderes, lo que perturba tanto al pensamiento como a la afectividad, pero posteriormente los hace más fuertes. Examinemos las cosas agrupándolas, para abreviar, únicamente en dos apartados: el pensamiento con sus nuevas operaciones y la afectividad, incluyendo el comportamiento social.

A. El pensamiento y sus operaciones

Comparado con un niño un adolescente es un individuo que construye sistemas y «teorías». El niño no  edifica sistemas, aun cuando posea sistemas inconscientes o preconscientes, pero en el sentido de que son informulables o informulados y que únicamente el observador exterior logra captar mientras que el propio niño no los  “reflexiona” nunca. Dicho de otra forma, el niño piensa  concretamente, problema tras problema, a medida que la  realidad se los propone y no relaciona las soluciones mediante teorías generales que pondrían de relieve su principio. Al contrario, lo que resulta sorprendente en el  adolescente es su interés "por todos los problemas inactuales, sin relación con las realidades vividas diariamente  o que anticipan, con una desarmante candidez, situaciones futuras del mundo, que a menudo son quiméricas.  Lo que resulta más sorprendente es su facilidad para elaborar teorías abstractas. Hay algunos que escriben y crean una filosofía, una política, una estética o lo que se quiera. Otros no escriben, pero hablan. La mayoría de  ellos incluso hablan muy poco de sus propias producciones y se limitan a rumiarlas de forma íntima y secreta. Pero todos ellos tienen teorías o sistemas que transforman el mundo de una u otra forma.                             
Ahora bien, la desconexión de esta nueva forma de pensamiento, mediante ideas generales y construcciones abstractas, se efectúa en realidad de una forma más continua y menos brusca de lo que se cree, a partir del pensamiento concreto característico de la segunda infancia. En realidad debemos situar hacia los doce años el momento en que se produce este giro decisivo, después del cual el impulso se adquirirá paulatinamente hacia la reflexión libre y desligada de lo real. Hacia los once o los doce años, en efecto, se produce una transformación fundamental en el pensamiento del niño, que indica su final con relación a las operaciones construidas durante la segunda infancia: el paso del pensamiento concreto al  pensamiento «formal» o, tal como se dice utilizando una  expresión bárbara pero clara, «hipotético deductivo».                                         
 Hasta esa edad, las operaciones de la inteligencia infantil son únicamente «concretas», o sea, sólo se refieren a la realidad y, particularmente, a los objetos tangibles suceptibles de ser manipulados y sometidos a experiencias efectivas. Cuando el pensamiento del niño se aleja de lo real ello se debe, simplemente, a que sustituye los objetos ausentes por su representación más o menos viva, pero esta representación va acompañada de una creencia y equivale a lo real. Por el contrario si se les pide a los sujetos que-razonen sobre simples hipótesis,  sobre un enunciado puramente verbal de los problemas,  inmediatamente pierden pie y recaen de nuevo en la intuición prelógica de los pequeños. Por ejemplo, todos los niños de nueve o diez años saben ordenar colores aún mejor que los mayores, pero fracasan totalmente al intentar resolver una cuestión como esta, incluso cuando es planteada por escrito: «Edith tiene los cabellos más oscuros que Lola. Edith es más clara que Susana, ¿cuál de las tres tiene los cabellos más oscuros?» La respuesta es, en general que al tener Edith y Lola un color más  oscuro y al tenerlo más claro Edith y Susana la que los tiene más oscuros es Lola, Susana es la que los tiene más claros y Edith semiclaros, semioscuros. Así pues, en el plano verbal, no logran constituir más que una serie  de parejas incoordinadas al igual que ocurre con los niños de cinco y seis años en las clasificaciones concretas. A ello se debe, en particular, que tengan tantas dificultades para resolver en la escuela los problemas de aritmética que se refieren, sin embargo, a operaciones totalmente conocidas: si pueden manipular los objetos  razonan sin ninguna dificultad, mientras que los mismos razonamientos, en apariencia, pero exigidos en el plano del lenguaje y de los enunciados verbales, constituyen, de hecho, otros razonamientos mucho más difíciles, debido a que están relacionados con simples hipótesis sin realidad efectiva.                                                                                                    Pero a partir de los once o los doce años el pensamiento formal se hace posible, justamente, o sea que las operaciones lógicas empiezan a ser traspuestas del plano de la manipulación concreta al de las meras ideas, expresadas en Cualquier tipo de lenguaje (el lenguaje de las palabras o el de los símbolos matemáticos, etc.), pero sin el apoyo de la percepción, de la experiencia y ni siquiera de la creencia. Cuando se dice, en el ejemplo citado anteriormente, «Edith tiene los cabellos más oscuros que Lola, etc.» se plantea, en efecto, en abstracto a tres personajes ficticios, que para el pensamiento no son más que puras hipótesis, y es precisamente sobre estas hipótesis que se pide el razonamiento. El pensamiento formal es, por tanto, «hipotético-deductivo», o sea, es capaz de deducir las conclusiones que deben extraerse de simples hipótesis y no únicamente de una observación real. Sus conclusiones son incluso válidas independientemente de su autenticidad y es por ello que esta forma de pensamiento representa una dificultad y un esfuerzo mental mucho mayores que el pensamiento concreto.                                                                 
¿Cuáles son, efectivamente, las condiciones de construcción del pensamiento formal? Para el niño se trata, ya no únicamente de aplicar operaciones a objetos o,  dicho de otra forma, de efectuar mentalmente posibles acciones sobre estos objetos, sino de «reflexionar» estas operaciones independientemente de los objetos y sustituir a éstos por simples proposiciones. Esta «reflexión» es, por tanto, como un pensamiento en segundo grado: el pensamiento concreto es la representación de una acción posible y el pensamiento formal la representación de una representación de acciones posibles. Así pues no debe sorprendernos que el sistema de las operaciones concretas deba terminar, en el curso de los últimos años de la infancia, antes de que sea posible su «reflexión» en operaciones formales. En cuanto a estas operaciones formales no se trata de algo distinto a estas mismas operaciones, pero que están aplicadas a hipótesis o proposiciones: estas operaciones consisten en una «lógica de las proposiciones», por oposición a la de las relaciones, de las clases y de los números, pero el sistema de las «implicaciones» que regulan estas proposiciones no constituye más que la traducción abstracta de las operaciones concretas.                                                   
A los once o doce años, cuando se ha iniciado este pensamiento formal, es posible la construcción de sistemas que caracterizan a la adolescencia: las operaciones formales facilitan, efectivamente, al pensamiento un poder totalmente nuevo, que equivale a desligarlo y liberarlo de lo real para permitirle trazar a su antojo reflexiones y teorías. La inteligencia formal señala pues el despegue del pensamiento y no debe sorprendernos que éste use y abuse, para empezar, del imprevisto poder que se le ha concebido. Esta es una de las novedades esenciales que opone la adolescencia a la infancia: la libre actividad de la reflexión espontánea.                         
Pero según una ley, cuyas primeras manifestaciones hemos podido apreciar ya en el lactante y, posteriormente, en la primera infancia, todo nuevo poder de la vida mental empieza incorporándose al mundo en una asimilación egocéntrica, para encontrar a continuación el equilibrio componiéndose con una acomodación a lo real. Por tanto existe un egocentrismo intelectual de la adolescencia, comparable al egocentrismo del lactante que asimila el universo a su actividad corporal y al egocentrismo de la primera infancia que asimila las cosas al pensamiento naciente (juego simbólico, etc.). Esta última forma de egocentrismo se manifiesta mediante la creencia en el infinito poder de la reflexión, como si el mundo debiera someterse a los sistemas y no los sistemas a la realidad. Esta es la edad metafísica por excelencia: el yo es lo suficientemente fuerte como para reconstruir el universo y lo suficientemente grande para incorporárselo. Posteriormente, al igual que el egocentrismo sensorio-motor es reducido progresivamente por la organización de los esquemas de acción, y del mismo modo que el egocentrismo del pensamiento característico de la primera infancia finaliza con el equilibrio de las operaciones concretas, de idéntica forma el egocentrismo metafísico de la adolescencia encuentra paulatinamente su corrección en una reconciliación entre el pensamiento formal y la realidad: el equilibrio se alcanza cuando la reflexión comprende que su función característica no es contradecir, sino preceder e interpretar a la experiencia. Y entonces este equilibrio es ampliamente superior al del pensamiento concreto puesto que, además del mundo real, engloba las construcciones indefinidas de la deducción racional y de la vida interior.

B. La afectividad de la personalidad en el mundo social de los adultos

Con un perfecto paralelismo con la elaboración de operaciones formales y la finalización de las construcciones del pensamiento, la vida afectiva de la adolescencia se afirma mediante la doble conquista de la personalidad y de su inserción en la sociedad adulta.                                                                                En efecto, ¿qué es la personalidad y por qué su elaboración final se sitúa únicamente en la adolescencia? Los psicólogos acostumbran a distinguir el yo y la personalidad e incluso a oponerlos en uno u otro sentido. El yo es un dato que si bien no es inmediato al menos es relativamente primitivo: en efecto, el yo es como el centro de la actividad propia y se caracteriza precisamente por su egocentrismo, inconsciente o consciente. La personalidad resulta, al contrario, de la sumisión o, más bien, de la autosumisión del yo a una disciplina cualquiera: se dirá, por ejemplo, de un hombre que posee una fuerte personalidad, no cuando lo refiere todo a su egoísmo y es incapaz de dominarse a sí mismo, sino cuando encama un ideal o defiende una causa con toda su actividad y voluntad. Se ha llegado incluso a convertir la personalidad en un producto social, estando relacionada la persona con el papel (persona = máscara teatral) que representa en la sociedad. Y, efectivamente, la personalidad implica la cooperación: la autonomía de la persona se opone a veces a la anomia,  o ausencia de reglas (el yo), y a la heteronomía, o sumisión a las coacciones impuestas por el exterior: en este sentido la persona es solidaria de la relaciones sociales que mantiene y promueve.                La personalidad se inicia, pues, a partir de la infancia (de los ocho a los doce años), con la organización autónoma de las reglas, los valores y la afirmación de la voluntad como regulación y jerarquización moral de las tendencias. Pero la persona no se limita a estos únicos factores. También incluye la subordinación a un sistema único que asimila el yo de forma sui generis: existe, por lo tanto, un sistema “personal “en el doble sentido de lo particular a un individuo dado e implicador de una coordinación autónoma. Pero este sistema personal no puede construirse precisamente más que al nivel mental de la adolescencia, puesto que este nivel supone la existencia del pensamiento formal y de las construcciones reflexivas a las que acabamos de referimos (en A). Así pues, podríamos decir que hay personalidad a partir del momento en que se constituye un a programa de vida» (Lebensplan) que sea a la vez la fuente de disciplina para la voluntad e instrumento de cooperación; pero este plan de vida supone la intervención del pensamiento y de la reflexión libres, y a ello se debe que no se elabore más que cuando se cumplen determinadas condiciones intelectuales, como son precisamente el pensamiento formal o hipotético-deductivo.                                                                                  
Pero si la personalidad implica una especie de descentralización del yo que se integra en un programa de cooperación y se subordina a disciplinas autónomas y libremente construidas, está claro que entre los dos polos de la persona y del yo son posibles las oscilaciones a todos los niveles. De ello proviene, en particular, el egocentrismo de la adolescencia, del que acabamos de ver su aspecto intelectual y cuyo aspecto afectivo es aún más conocido. El niño lo remite todo a sí mismo sin saberlo, sintiéndose inferior, sin embargo, a los adultos y niños mayores a los que imita: de esta forma se construye una especie de mundo aparte, a una escala inferior a la del mundo de los mayores. El adolescente, al contrario, mediante su naciente personalidad, se sitúa como un igual de sus mayores, pero se siente distinto, diferente a ellos, debido a la nueva vida que se agita en él. Y entonces, tal como es debido, quiere superarlos y sorprenderlos transformando el mundo. Esto es lo que hace que los sistemas o planes de vida de los adolescentes estén llenos, simultáneamente, de sentimientos generosos, proyectos altruistas o fervor místico y de inquietantes megalomanías o un egocentrismo consciente. Cuando llevó a cabo una discreta y anónima encuesta sobre los sueños nocturnos de los alumnos de una clase de quince años, un maestro francés encontró entre los niños más tímidos y serios a futuros mariscales de Francia o presidentes de la República, grandes hombres de todo tipo, algunos de los cuales veían ya su estatua en las plazas de Paris, o sea, resumiendo, a individuos que si hubieran pensado en voz alta habrían podido ser calificados como paranoicos. La lectura de los diarios íntimos de algunos adolescentes muestra esta misma mezcla constante de entrega a la humanidad y de agudo egocentrismo; tanto si se trata de incomprendidos o de ansiosos convencidos de su fracaso, que ponen en entredicho teóricamente el valor mismo de la vida, o de espíritus activos convencidos de su genialidad, el fenómeno es el mismo tanto en lo negativo como en lo positivo.                                   
La síntesis de estos proyectos de cooperación social y de esta valoración del yo que indican los desequilibrios de la personalidad naciente adquieren a menudo la forma de una especie de mesianismo: el adolescente se atribuye con toda modestia un papel esencial en la salvación de la humanidad y organiza su plan de vida en función de esta idea. Resulta interesante, a este respecto, notar las transformaciones del sentimiento religioso durante la adolescencia. Tal como ha demostrado P. Bovet, la vida religiosa empieza durante la primera infancia, confundiéndose con el sentimiento filial: el niño atribuye espontáneamente a sus padres las diversas perfecciones de la divinidad, como por ejemplo la omnipotencia, la omnisciencia y la perfección moral. Cuando  el niño descubre poco a poco las imperfecciones reales del adulto entonces sublima sus sentimientos filiales para transferirlos a los seres sobrenaturales que le presenta la educación religiosa. Pero, aun cuando se observe excepcionalmente una vida mística activa hacia el final de la infancia, es generalmente durante la adolescencia cuando esta vida mística adquiere un valor real al integrarse en los sistemas de vida cuya función formadora acabamos de ver. Pero el sentimiento religioso del adolescente, por intenso que suela ser (a veces, también de forma negativa), se colorea a menudo de cerca o de lejos con la preocupación mesiánica a la que acabamos de referirnos. A veces el adolescente establece un pacto con su Dios, comprometiéndose a servirle siempre, pero pensando a su vez representar, por este mismo hecho, un papel decisivo en la causa que quiere defender.                                                                       
En total, vemos cómo el adolescente lleva a cabo su inserción en la sociedad de los adultos: lo hace mediante proyectos, programas de vida, sistemas que a menudo son teóricos, planes de reformas sociales o políticas, etc. Resumiendo, lo hace mediante el pensamiento y podría casi decirse que mediante la imaginación, debido a lo mucho que esta forma de pensamiento hipotético-deductivo se aleja a veces de lo real. Así, cuando se reduce la adolescencia a la pubertad, como si el impulso del instinto de amar fuera el rasgo característico de este último período del desarrollo mental, no se toca más que uno de los aspectos de la renovación total que lo caracteriza. Ciertamente, el adolescente descubre, en un sentido, el amor. Pero no resulta sorprendente constatar que, incluso en el caso de que este amor encuentre un objeto vivo, en realidad se trate de una especie de proyección totalmente ideal en un ser real, y de ahí provienen las decepciones tan repentinas como sintomáticas de los «flechazos». El adolescente ama, en el vacío o de forma efectiva, pero siempre a través de una novela, y la construcción de esta novela posee tal vez un interés mayor que su materia instintiva. Sin duda, entre las jovencitas, el programa de vida está relacionado más estrechamente con las relaciones personales y su sistema hipotético deductivo adquiere, primordialmente, la forma de una jerarquía de valores afectivos más que de un sistema teórico. Pero se trata, en todos los casos, de un plan de vida que supera ampliamente a lo real, y si está referido primordialmente a las personas ello se debe a que la existencia a la cual prepara este plan está constituida, precisamente, más por sentimientos interindividuales concretos que por sentimiento generales.                                                    
En cuanto a la vida social del adolescente podemos encontrar en ella, al igual que en otros ámbitos, una fase inicial de repliegue (la fase negativa de Ch. Bühler) y una fase positiva. Durante la primera fase, el adolescente parece a menudo totalmente asocial y casi inasociable.  Sin embargo, no hay nada más falso, puesto que el adolescente medita sin cesar en función de la sociedad. Pero la sociedad que le interesa es la que quiere reformar, despreciando o desinteresándose por la sociedad real, a la que condena. Además, la sociabilidad de la adolescencia se afirma, a menudo desde el principio, mediante la vida en común que llevan a cabo los jóvenes, e incluso es muy instructivo comparar estas sociedades de adolescentes con las infantiles. Éstas tienen como objetivo esencial el juego colectivo o, tal vez menos a menudo (pero esto es debido a la organización escolar que no sabe extraer de ellos el partido requerido), el trabajo concreto en común. Las sociedades de adolescentes, al contrario, son primordialmente sociedades de discusión: tanto si son dos como varios los que están reunidos, el mundo es reconstruido en común, y principalmente se pierden en discursos sin fin para combatir el mundo real. A veces también se lleva a cabo una crítica mutua de las respectivas soluciones, pero existe un total acuerdo sobre la absoluta necesidad de promover reformas. Después vienen las sociedades más amplias, como por ejemplo los movimientos juveniles, en los cuales se despliegan los intentos de reorganizaciones positivas y los entusiasmos colectivos.        
La auténtica adaptación a la sociedad se llevará a cabo, finalmente, de forma automática cuando el adolescente cambie su papel de reformador por el de realizador. Al igual que la experiencia reconcilia el pensamiento formal con la realidad de las cosas, de idéntica forma el trabajo efectivo y seguido, a partir del momento en que es efectuado en una situación concreta y bien definida, hace que todos estos sueños se desvanezcan. Así pues, no deben inquietarnos las extravagancias y los desequilibrios de los mejores de entre todos los adolescentes. Aun cuando no sean suficientes los estudios especializados, el trabajo profesional, una vez superadas las últimas crisis de adaptación, restablece con toda seguridad el equilibrio e indica de esta forma, definitivamente, el acceso a la edad adulta. Pero se percibe, en general, al comparar la obra de los individuos con su antiguo comportamiento de adolescentes, que aquéllos que, entre los quince y los diecisiete años, no han construido nunca sistemas que inserten su programa de vida en un amplio sueño de reformas, o aquéllos que, al establecer su primer contacto con la vida material han sacrificado totalmente su quimérico ideal a sus nuevos intereses de adultos, no han sido los más productivos. La metafísica de la adolescencia, así como sus pasiones y su megalomanía son, por tanto, auténticas preparaciones para la creación personal y el ejemplo del genio muestra que existe siempre una continuidad entre la formación de la personalidad, a partir de los doce años, y la obra posterior del hombre.                         
Este es, pues, el desarrollo mental. Podemos constatar, a modo de conclusión, la profunda unidad de los procesos que, partiendo de la construcción del universo práctico, debida a la inteligencia sensorio-motriz del lactante, desemboca en la reconstrucción del mundo mediante el pensamiento hipotético-deductivo, pasando por el conocimiento del universo concreto debido al sistema de las operaciones de la segunda infancia. Hemos visto que estas sucesivas construcciones han consistido continuamente en descentrar el punto de vista inmediato y egocéntrico del principio para situarlo en una coordinación cada vez más amplia de relaciones y nociones, de tal forma que cada nueva agrupación terminal integra cada vez más la actividad propia, adaptándola a una actividad cada vez más extensa. Pero, paralelamente a esta elaboración intelectual, hemos visto cómo la afectividad se separaba paulatinamente del yo para someterse, merced a la reciprocidad y la coordinación de los valores, a las leyes de la cooperación. Claro está, la afectividad constituye siempre el resorte de las acciones de las que resulta, en cada nuevo nivel, esta progresiva ascensión, puesto que es la afectividad la que asigna un valor a las actividades y regula la energía.         
Pero la afectividad no es nada sin la inteligencia, que le facilita sus medios y aclara sus objetivos. Atribuir las causas del desarrollo a grandes tendencias ancestrales es una idea ligeramente sumaria y mitológica, como si las actividades y el crecimiento biológico fueran de naturaleza extraña a la razón. En realidad la tendencia más profunda de toda actividad humana es la marcha hacia el equilibrio, y la razón, que expresa las formas superiores de este equilibrio, reúne la inteligencia y la afectividad.

Extraído de: 
  •  PIAGET, Jean; 1964. “Seis estudios de psicología”, Ed. Labor S.A.,  pág. 82 a 94


 Consignas: (Trabajo de Estadía)
  1. Leer el fragmento citado, anotar y buscar en el diccionario las palabras que no conoces.
  2. Recurrimos a la técnica "Decálogo de ideas": a través de 10 ideas (una oración cada una) solamente, expresar lo que es más importante del material bibliográfico leído.
  3. Expresar el punto 2 por escrito.

jueves, 18 de julio de 2013

Jinetes en la Tormenta

Jinetes en la tormenta
jinetes en la tormenta
jinetes en la tormenta
en esta casa hemos nacido
en este mundo hemos sido arrojados
como un perro sin hueso
un actor sin papel.
Jinetes en la tormenta
hay un asesino en la carretera
su cerebro retorciéndose como un sapo
toma una largas vacaciones
deja que tus niños jueguen
si llevás a este hombre
la dulce familia morirá.
Asesino en la carretera.
Nena, tenés que amar a tu hombre
nena, tenés que amar a tu hombre
tomarlo de la mano
hacerlo entender
que el mundo depende de ustedes
nuestra vida nunca terminará.
Tenés que amar a tu hombre.
Jinetes en la tormenta
jinetes en la tormenta
en esta casa hemos nacido
en este mundo hemos sido arrojados
como un perro sin hueso
un actor sin papel
jinetes en la tormenta

sábado, 13 de julio de 2013

Edgar Allan Poe: "El día más feliz"

El día más feliz

El más alegre día, la hora más serena
mi corazón ajado y herido conoció;
mas ahora comprendo con infinita pena
que mi poder y orgullo ya se desvaneció.

Hace ya mucho tiempo que aquella mi grandeza
huyó entre los soñares de hermosa juventud.
Aquel insano orgullo que albergó mi cabeza
otras frentes ocupe; necesito quietud.

El más hermoso día que mis pupilas vieron
la hora más alegre que mi alma contempló;
del poder y el orgullo mis ojos sorprendieron
la más feliz mirada... más todo se esfumó.

Si alguno me ofreciera esa dulce esperanza
de orgullo y poderío junto a mi gran dolor,
seguro rechazara tan singular bonanza...
revivir ya no quiero la hora de esplendor.

Pues la brumosa mezcla que en sus alas llevaba
al volar, una esencia sublime desprendía;
y cuando su aleteo suave me rozaba,
mi alma tan ardiente toda se consumía.

                                   


lunes, 8 de julio de 2013

...aun cuando no progreso, fallar no puedo. John Donne


Amor negativo

Nunca tanto me abatí como aquellos que en un ojo, mejilla, labio, hacen presa;

Rara vez hasta aquellos que más no se remontan que para admirar virtud o mente:

pues sentido e inteligencia pueden
conocer aquello que su fuego aviva.
Mi amor, aunque ignorante, es más audaz.
Fracase yo cuando suspire, si he de saber qué desearé.

Si es simplemente lo perfecto
lo que expresarse no se puede
sino con negativos, así es mi amor.
Al todo que todos aman digo no.

Si quien descifrar puede

aquello que desconocemos, a nosotros, conocer puede,
enséñeme él esa nada. Éste, por ahora,
mi alivio es y mi consuelo:

aun cuando no progreso, fallar no puedo.

Reseña biográfica

Poeta inglés nacido en Londres en 1572.
Perteneciente a una familia de profundas convicciones religiosas, recibió una educación orientada en principio por los Jesuitas,  y a partir de los once años en Hertford College de Oxford y la Universidad de Cambridge, de donde se retiró sin obtener el grado por no renunciar a su condición de católico.
Después de viajar por España e Italia, regresó a su país, se convirtió  a la religión anglicana, e inició desde 1602 una prolífica carrera literaria, que abarcó desde los temas satíricos referentes a la sociedad y la política inglesa, hasta los más bellos poemas de la lírica amorosa de la época.
Es considerado como un maestro de la metáfora, con obras tan importantes como "Satires" en 1600,"The Progresse of the Soule" en 1601,"Divine poems" en 1610, "An Anatomy of the World" en 1611 o "Devotion"en 1624.
Falleció en Londres en 1631. ©

lunes, 1 de julio de 2013

"LA GESTALT"


Escuela psicológica desarrollada en Alemania, en oposición al estructuralismo y al conductismo naciente en EEUU a principios del siglo XX.Comenzó en Frankfurt, en 1910, Max Wertheimer (1880-1943), mientras viaja en tren  se pregunta ¿por qué a veces vemos imágenes inmóviles, como en el caso del cine? Wertheimer, para investigar esto, baja del tren y compra un juguete que sirve para ver figuras fijas en movimiento - estroboscopio - y se encierra en la habitación de su hotel a pensar en una respuesta para su problema.
Max Wertheimer (1880-1943)


(estroboscopio antiguo)

Esa pregunta lleva a Wertheimer a investigar la relación entre las partes (cada una de las figuras fijas) y el todo (percepción de movimiento). Como la palabra alemana para decir "forma" o "todo" es Gestalt, ésta nueva psicología se llama Psicología de la Gestalt.
Los ayudantes de Wertheimer, Wolfgang Köhler (1887- 1967) y Kurt Koffka (1886 - 1941), se unen a él para poner a prueba muchas de sus ideas.
Wolfgang Köhler (1887 - 1967)


Los gestalistas van a tratar de demostrar que para entender los fenómenos de la conciencia es necesario concentrarse en el todo mas que en los elementos. Ante un paisaje, no vemos sumas de colores, vemos personas, árboles, flores, etc, es decir, una estructura compuesta por totalidades significativas. No percibimos como elementos aislados, sino que por el contrario percibimos como globalidad o conjunto organizado. 
 Kurt Koffka (1886- 1941)


Para los investigadores de la Gestalt, la mente configura a través de ciertas leyes los elementos que llegan a ella a través de los canales sensoriales (percepción) o de la memoria (pensamiento, inteligencia y resolución de problemas). En nuestra experiencia del medio ambiente, esta configuración tiene un carácter primario por sobre los elementos que la conforman, y la suma de estos por sí solos no podría llevarnos, por tanto, a la comprensión del funcionamiento mental. Este planteamiento se sintetiza en el axioma: "el todo es mas que la suma de las partes".
La escuela de la Gestalt no solo analizó la percepción, también se ocupó de la motivación , las actitudes, el aprendizaje, la conciencia, el pensamiento, entre otras.
Algunas cuestiones sobre el proceso de percepción:
  • Las personas no son receptores pasivos de estímulos visuales, sino que aporta sus propios elementos organizativos para concretar el estímulo.
  • La percepción no es un acto universal y común a todos, por el contrario es un acto particular de cada persona.
  • La percepción depende del contexto y de la experiencia previa del sujeto.
  • Para la Gestalt la persona posee una capacidad innata para decodificar y percibir los estímulos, en contraposición a los empiristas que dicen que los estímulos se aprenden, los alemanes sostienen que en el cerebro hay unas estructuras innatas para las cuales no hace falta experiencia ni aprendizaje, a partir de las cuales definen una serie de principios de organización perceptiva que permiten captar de forma integral las totalidades. Estos principios se estructuran básicamente en dos leyes:                
Ley de figura y fondo
Ley de la buena forma o de pregnancia, también llamada Ley de agrupamiento.

Ley de figura y fondo:
Según ésta ley, el proceso perceptivo remite a un mecanismo básico según el cual tendemos a focalizar nuestra atención sobre un objeto o determinado grupo de objetos (figura) destacándolos del resto de los objetos que los envuelven (fondo).

ejemplos:









En las imágenes hay dos partes diferenciadas: a una de ellas le damos más trascendencia comunicativa o "figura" y la que la acompaña: "fondo". No son perceptibles al mismo tiempo, y puede haber alternancia de ambas partes (ver una antes que la otra dependiendo del que la ve). Tambien influye la distancia desde donde estemos situados.

Ley de la buena forma o de pregnancia:
Este proceso permite reducir posibles ambigüedades o efectos distorsionadores, buscando siempre la forma más simple o la mas consistente; nos permite ver los elementos como unidades significativas y coherentes.

El cerebro prefiere las formas integradas, completas y estables. Esta ley de Pregnancia, de alguna manera involucra a otras leyes, ya que el cerebro prefiere también formas cerradas y /o continuas o simétricas (ley del cierre; ley de la continuidad), con buen contraste (figura- fondo), es decir, definidas.
Por lo tanto como refinamientos de la Ley de Pregnancia, los psicólogos de la Gestalt desarrollaron las siguientes leyes:
• Ley de cierre
• Ley de continuidad
• Ley de semejanza
• Ley de la proximidad
• Ley de simetría
• Ley de comunidad

ley de pregnancia aplicada a la identidad de marca








Podemos decir que:
• Hacemos simples las imágenes complejas. Asociamos nuestras percepciones con imágenes
simples: cuadrados, triángulos, círculos, líneas rectas, …
• Determinadas configuraciones cerradas se perciben como forma antes que otras.
• Existen figuras, como los círculos, los cuadrados o las estrellas, a las que tendemos a dar
más importancia perceptiva que a los elementos aislados.
• Todo dependerá de nuestra experiencia previa y del contexto.
• Podríamos decir que el Gestalt es una filosofía holística de la visión.

• Sus conceptos son muy populares en el Diseño y en la Publicidad.